Son
una agencia de guardaespaldas y seguridad. Prestan servicio a
cualquiera que los
contrate: políticos, empresarios o mafiosos. Ellos mismos funcionan
internamente como una mafia, con estrictas reglas de lealtad.
Alguien
empieza a tenderles trampas, a hacer que se cuestionen su amistad, a
matarlos o a hacer que se maten entre sí.
Quien
nos relata la historia desde su punto de vista (aunque no siempre
está en los hechos narrados) es Ariff. Sobre él recaen las
sospechas de lo que está sucediendo. Se convierte en fugitivo y en
investigador, huyendo de su “familia” mientras busca respuestas.
La
trama oscila entre los miembros de la agencia, los narcotraficantes,
la policía tratando de erradicar a la mafia y un investigador
privado de poca monta (hermano de Ariff), el graciosete que aporta
los elementos humorísticos sin que nadie lo pidiera porque estorba
bastante en una historia que, en su mayor parte, es seria, cruda. El
cine malasio tiene esas cosas: hacemos una masacre, torturamos a unos
cuantos y en la siguiente escena contamos unos chistes malos.
La
historia general me pareció buena. Tiene todos los elementos
necesarios para urdir un argumento “padrinesco”. El problema está
en unos diálogos malísimos, puro cliché, sacados de otras
películas. Y también es esas coreografías de peleas que, aunque
estén bien rodadas, se hacen interminables.
La
película se lleva bien, sobre todo por ese fondo de gánsteres
quebrados entre sus propias contradicciones. Pero parece
desaprovechada en su innecesaria desesperación por añadir acción.